29 de julio de 2015

Conversaciones sobre Música y Educación - I - En la biblioteca... La mejor música al alcance de todos

Continuación  de los 
Diálogos con el tío Max
(por Georgina García-Mauriño)


Georgina Nos decías que "Hoy no hay pretexto. La mejor música está al alcance de cualquiera que quiera disfrutarla en su salón o compartirla en familia." Y estoy tan de acuerdo, que te traigo un ejemplo...


Sin embargo, me suenas muy optimista, cuando yo tengo alguna duda... ¿Tú crees que estas nuevas formas de presentarse la mejor música, los nuevos medios que hacen más accesible la música de los grandes compositores de la historia, propiciarán que llegue al gran público?

Max- A ver… yo pienso que hay formas nuevas para transmitir el maravilloso legado que es nuestra música occidental. Ese patrimonio musical que es de todos, que forma parte de nuestra memoria, que ha acompañado a los hombres en su progreso, no puede malograrse: su abandono resultaría una desidia imperdonable en unos tiempos en que la comunicación humana es más intensa y fácil que nunca. En otros tiempos fueron los vinilos, y también la televisión y la radio hicieron posible su difusión y supervivencia, y yo he sido testigo del enorme éxito de la música clásica en esos medios, en los que yo modestamente también participé siendo joven. Más tarde, fueron los Cds y los Dvds, y hoy la clásica debe encontrar su lugar entre los contenidos de los nuevos medios de comunicación, en Internet. Ese lugar debería ser importante pues se trata de un legado cultural fundamental para los hombres, y porque la música buena nos hace mejores.

Georgina- Pero, ¿cómo va a hacerse ese lugar en la nueva era informática?

Max- La música como toda forma de cultura y ocio tiene que competir en el inmenso escaparate de Internet con toda suerte de ofertas, que se presentan a quien se sienta frente a su ordenador o se conecta con esos otros aparatos portátiles (los móviles, los iPad…). Cuando nos lanzamos a navegar según nuestros intereses nos encontramos con los vientos de las sugerencias que el “atento” buscador va presentando de acuerdo con nuestro “perfil”, y no siempre nos llevan a donde teníamos pensado. Para mí, Internet no deja de ser un gran mercado, enormemente libre pero con sus puestos –más o menos grandes y poderosos- con su omnipresente publicidad y peligrosa manipulación de voluntades… pero, a diferencia de los mercados, o mejor, a diferencia de los grandes centros comerciales, en Internet el consumidor, el usuario, “el público”, sí mantiene el control, su espíritu crítico alerta, dispone de más libertad para elegir. Por lo menos esa es la impresión que yo tengo, y en todo caso de lo que estoy seguro es que hay un público amante de la buena música, que aprecia los espacios de calidad y que puede ayudar a que poco a poco se definan y se difundan las mejores propuestas.     

Georgina- Pero entonces, si al público se llega con lo que ya corre por Internet, ¿qué pasa con los músicos, dónde se sitúa el intérprete actual?

Max- Los intérpretes actuales son fundamentales para mantener el legado vivo y para recordarnos la vigencia de esas huellas sonoras que la condición humana ha ido generando a través de los siglos. Nada más sobrecogedor que la mágica comunicación entre el oyente sensible, el intérprete y el compositor a través de una obra interpretada en vivo: una comunión en un momento concreto pero que trasciende al tiempo. Aunque para que se produzca el privilegiado momento es preciso que se den ciertas circunstancias, entre ellas una sensibilidad del oyente que puede estar más o menos desarrollada. Y para eso es importante aprender a escuchar bien, cosa fundamental, que hoy en día debería estar al alcance de todo el mundo. Tú lo sabes bien.

Georgina- Pues sí, tío Max. En ello trabajo desde hace ya muchos años, y por eso tus aventuras Bajo el árbol de la música  en casa de tus abuelos, que encontré en la mesilla de tía Carmen, me entusiasmaron. Sé que en un primer momento te sorprendió mi interés, y no eras muy partidario de compartirlas, pero al final accediste a que las ilustrara. En eso, creo que le debo algo a la tía Jo que me ayudó a convencerte. Y no imaginas mis nervios al grabar aquel vídeo que te envié cuando empezaba mis trabajos, y con el que te pedía permiso para buscar editor. Al final accediste, pero ahora me gustaría que me contaras qué fue lo que te hizo cambiar de opinión.

Max- …Yo recordaba haberlas escrito con el arrebato de las emociones de la adolescencia. Las anécdotas eran domésticas y seguramente mi talento narrativo escaso o por lo menos demasiado modesto como para hacerlo público. Sin embargo, al releerlas reviví mis primeras experiencias escuchando música, y comprendí la naturalidad con la que había entrado en mi vida. En aquella época, los primeros años 50, ni los niños ni los mayores teníamos pantallas ni teléfonos, pero el gramófono de la biblioteca ponía banda sonora a la vida de la casa, y la música del abuelo me acompañó en aquellos años y me ayudó a crecer. Aunque hoy los chicos tienen muchas cosas, todo lo que aparece en aquellos diarios de verano también está a su alcance. La tecnología a menudo eclipsa otras vivencias… Por eso, cuando Patricia, la más pequeña de mis nietas, al terminar la lectura de la primera de mis aventuras me pidió le pusiera el disco de Vivaldi donde cantaba el jilguero comprendí que habías acertado. Y pensé que  si estos escritos pueden inspirar a algún abuelo o a algún joven ideas para disfrutar con la mejor  música, vale la pena intentar que lleguen. Deberías compartir el vídeo que me enviaste cuando empezabas a ilustrar los cuentos y creías que podrían interesar a algún editor. 

Georgina- Me temo que aquel video no hace  hace justicia a tus aventuras, pero bueno, aquí lo dejo porque tú me lo pides, tío Max.



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Recordando ese inicio de nuestra colaboración, vemos que se hace tarde y acordamos, Max y yo, dejar nuestra conversación por ahora para salir de la biblioteca al sol del mediodía. Al despedirnos, la directora que conoce por el tío Max mi interés por las bibliotecas, me comenta la campaña de apoyo ciudadano que están lanzando. Me interesa tanto que me entrega los pasquines que han imprimido para facilitar que los usuarios sensibilizados puedan alzar la voz ante sus representantes políticos. Me admira en los estadounidenses la conciencia ciudadana, y su forma civilizada y eficaz de canalizarla, una tradición que espero traer a colación en mi próxima conversación con el tío Max. De momento, nos subimos a su coche, y la radio nos regala una partita de J.S.Bach para recorrer el camino hasta mi alojamiento, subiendo la colina sin perder de vista el imponente lago Cayuga.      


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27 de julio de 2015

Conversaciones sobre Música y Educación - I - En la biblioteca...

Diálogos con el tío Max
(por Georgina García-Mauriño)

Hasta la pequeña población de Ithaca, junto al lago Cayuga, en el estado de Nueva York, he llegado al encuentro de Max, a quien le gusta que le llame tío, y que es autor de unos relatos que hemos titulado, entre los dos, “Aventuras bajo el Árbol de la Música”.  Los escribió a finales de los años 50, y cuando yo los encontré casualmente hace unos tres años, desde un principio me fascinaron.
Releyendo esas “aventuras”, que son como diarios de los veranos de su infancia en la casa de sus abuelos en España, he llegado a conocer un poco a Max, por lo menos al niño que fue. Max ha vivido en los Estados Unidos casi toda su vida. Estuvo por última vez en España en una vacaiones de verano hace unos 10 años, y desde entonces tan solo mantenía relación regular con su prima Carmen, por carta y por teléfono. Yo pude dar con él y conocerle precisamente por Carmen, y gracias a Internet pudimos iniciar una relación de amistad casi familiar.

Ahora, el proyecto de ilustrar sus singulares aventuras para intentar darlas a conocer al público me ha empujado a conocerle mejor y a conversar con tiempo sobre tantos temas que nos interesan a los dos, muy especialmente la música, a la que Max de diferentes maneras ha dedicado toda su vida.




En la Biblioteca Pública. Pasado y Presente.


Tras un plácido y delicioso desayuno con vistas al lago, que incluía unas increíbles “french toasts”, me dirijo a la biblioteca donde he quedado con Max. El edificio es moderno y sin demasiada gracia, pero a mi llegada llama mi atención el gran poster que cubre la pared con un lema “Read to Me, Any Time! Any Place!”. 




Al entrar, un gran hall con un mostrador y unos expositores con toda suerte de folletos  y revistas que me pondrán al día de la vida de Ithaca y de toda la región. Un poco más allá se abre un espacio amplísimo lleno de luz gracias a la larga pared acristalada por al que entra un sol generoso. Más allá de los confortables sofás y las mesas de trabajo, los largos caminos de estanterías, una sección con ordenadores y un recogido saloncito con un piano. Allí he quedado citada con Max., y allí lo encuentro enfrascado en la lectura del periódico.




Después de fundirnos en un abrazo lleno de ese cariño especial que provoca el encuentro de dos personas unidas en la distancia, me pide que le acompañe a otra zona algo apartada donde podremos conversar sin molestar a nadie. Es la zona de los niños a la que en verano no suele acercarse nadie hasta la tarde. Nos sentamos en unas butacas de cuentacuentos en un espacio con decoraciones de colores, lleno de magia infantil…

Georgina- ¿Qué biblioteca tan bonita para los niños, tío Max!, y qué diferente de la de tus abuelos, no?

Max- Pues sí, claro. La nuestra era familiar, y sobre todo reservada para los mayores. No recuerdo haber subido nunca a la biblioteca del abuelo para jugar. Desde muy pequeños sabíamos que era un lugar de silencio y de intimidad compartida, aunque si lo pienso bien, ésta no es tan diferente en lo esencial. Cuando vengo con mis nietos, saben guardar silencio y mirar cada uno su cuento. Lo que ha cambiado de verdad hoy es cómo se cuentan los cuentos: los niños encuentra a veces cds adosado a las tapas, y hay cuentos que les llegan también en sus pantallas. Creo que han cambiado las formas  de vivir, pero seguimos necesitando espacios como las bibliotecas donde encontrarnos, respetándonos a cada uno y dejando volar nuestros pensamientos en compañía.

Georgina- Me consta que tienes mucha y buena relación con tus nietos, Arthur, George y Patricia, que vienen a pasar temporadas de vacaciones aquí a Ithaca. Creo que son ya aficionados a la música, a la clásica. ¿Eso ha sido cosa tuya?

Max- No sólo cosa mía. Pero sí, creo que he puesto mi grano de arena. En su casa la música siempre ha estado presente. Mis hijos crecieron con la radio y los Lps que sonaban en mi casa. Además, ellos me acompañaban a menudo a recitales y conciertos, y en las retransmisiones en las que participaba. Mis tres hijos aman la buena música. Como a mí, les ha acompañado en muchos momentos, es parte de su vida, así que naturalmente han compartido con sus hijos  mucha música clásica de manera que para los niños en tan familiar como el pop o el rock o toda esa música de hoy que pueden escuchar con sus amigos. Y no hay que olvidar esa afición de mi mujer por el jazz, de la que también han participado.

Georgina- Como los libros y las bibliotecas.  Las formas de presentar historias y músicas han cambiado pero la necesidad de una buena historia o de escuchar buena música, sigue vigente.

Max- ¡Más que vigente! Yo creo que es absolutamente necesaria para todos: lo ha sido siempre y ahora más. Y para los niños, para su desarrollo, resulta fundamental. Pero eso tú ya lo sabes, y creo que entre unos y otros la necesidad de escuchar buena música es algo que va calando ya.  Se produce una paradoja, sin embargo: la mejor música, la que se ha dado en llamar "clásica" está perdiendo audiencia a pesar de conocerse sus beneficios, y esto ocurre precisamente en el momento de la historia en que resulta más accesible...

Georgina- Desde luego.  A mí también me llama la atención que durante años se haya señalado a la música clásica como una afición cara, una afición elitista, y hoy que se ofrecen conciertos y recitales a precios más que económicos (a diferencia de los carísimos conciertos de rock) se mantenga ese prejuicio trasnochado.

Max- Y yo pensaba especialmente en las muchas y excelentes cadenas radiofónicas que se pueden escuchar desde cualquier lugar gracias a Internet, y también en la compra por descarga de nuestras obras preferidas o el abono a canales de música en streaming… Hoy no hay pretexto. La mejor música está al alcance de cualquiera que quiera disfrutarla en su salón o compartirla en familia.



[Continuará]

26 de julio de 2015

¿De qué va este Blog?


Éste es un Blog sobre Música y Educación, escrito entre Max G. Flat y Georgina García-Mauriño.

Todo empezó cuando Georgina me escribió, de parte de mi prima Carmen, para contarme que había encontrado unos diaros que habia escrito en mi infancia, y que le parecían muy interesantes. Luego, me convenció para ilustrarlos. También se empeñó en que tuviera una página en Facebook. Y ahora, después de unas cuantas visitas a mi casa en los últimos veranos, compartiendo en familia tertulias sobre música y educación... me ha enredado para escribir este Blog entre los dos.

Ella dice que nuestras conversaciones pueden interesar. No sé yo, pero le he dado permiso para empezar a traerlas aquí este verano. Con ellas iniciamos este Blog, y ya veremos... A los dos nos encantaría que quienes nos lean se animen a reflexionar con nosotros.

Max
(Julio 2015)



11 de julio de 2015

Deja que me presente...


Max G. Flat (Estados Unidos 1940)


Nació en Estados Unidos, pero a los 6 años se trasladó a España, el país de su madre. Allí inició sus estudios de piano, que continuó más tarde en América, donde llevó a cabo la mayor parte de su carrera profesional como pianista, crítico musical y locutor radiofónico de éxito. Escribió sus “Aventuras de Max Flat bajo el árbol de la Música” en 1955 cuando contaba sólo 15 años, a modo de unas memorias de infancia. Los manuscritos se encontraron en el cajón de una mesilla de noche, en su vieja casa familiar en España. Estaban cuidadosamente conservados junto con unas fotos y una carta, fechada en junio de 1958 y dirigida a Carmen, su prima más querida.


Querida Carmen:
Como sabrás ya, voy a emprender un viaje largo y supongo que no nos veremos en bastante tiempo. Aunque a ratos eso me pone triste, irnos a Canadá puede resultar una aventura estupenda. Además, yo me llevo conmigo mis mejores recuerdos de infancia y todo mi amor por la música que descubrí contigo en aquellos días felices. Estos cuadernillos rojos me los regaló el abuelo el primer verano que pasamos en la vieja casa del pueblo. A mi llegada los encontré sobre mi mesilla, y el abuelo me dijo que había pensado que quizás me gustaría escribir mis aventuras. Entonces no lo hice, pero cuando él murió, estuve recordando, y me decidí a dejar escritos nuestros buenos ratos bajo el castaño, mientras escuchábamos la música del abuelo que nos llegaba desde el ventanal, ¿te acuerdas?... A tí te los dejo porque sé que eres quien mejor los puede disfrutar. Espero que te gusten, que no olvides. Y quizás que te sirvan para invitar a otros niños a nuestro rincón preferido del jardín. Cuando vayas por allí, piensa alguna vez en mí.

            Un beso de tu primo,
 Max