27 de julio de 2015

Conversaciones sobre Música y Educación - I - En la biblioteca...

Diálogos con el tío Max
(por Georgina García-Mauriño)

Hasta la pequeña población de Ithaca, junto al lago Cayuga, en el estado de Nueva York, he llegado al encuentro de Max, a quien le gusta que le llame tío, y que es autor de unos relatos que hemos titulado, entre los dos, “Aventuras bajo el Árbol de la Música”.  Los escribió a finales de los años 50, y cuando yo los encontré casualmente hace unos tres años, desde un principio me fascinaron.
Releyendo esas “aventuras”, que son como diarios de los veranos de su infancia en la casa de sus abuelos en España, he llegado a conocer un poco a Max, por lo menos al niño que fue. Max ha vivido en los Estados Unidos casi toda su vida. Estuvo por última vez en España en una vacaiones de verano hace unos 10 años, y desde entonces tan solo mantenía relación regular con su prima Carmen, por carta y por teléfono. Yo pude dar con él y conocerle precisamente por Carmen, y gracias a Internet pudimos iniciar una relación de amistad casi familiar.

Ahora, el proyecto de ilustrar sus singulares aventuras para intentar darlas a conocer al público me ha empujado a conocerle mejor y a conversar con tiempo sobre tantos temas que nos interesan a los dos, muy especialmente la música, a la que Max de diferentes maneras ha dedicado toda su vida.




En la Biblioteca Pública. Pasado y Presente.


Tras un plácido y delicioso desayuno con vistas al lago, que incluía unas increíbles “french toasts”, me dirijo a la biblioteca donde he quedado con Max. El edificio es moderno y sin demasiada gracia, pero a mi llegada llama mi atención el gran poster que cubre la pared con un lema “Read to Me, Any Time! Any Place!”. 




Al entrar, un gran hall con un mostrador y unos expositores con toda suerte de folletos  y revistas que me pondrán al día de la vida de Ithaca y de toda la región. Un poco más allá se abre un espacio amplísimo lleno de luz gracias a la larga pared acristalada por al que entra un sol generoso. Más allá de los confortables sofás y las mesas de trabajo, los largos caminos de estanterías, una sección con ordenadores y un recogido saloncito con un piano. Allí he quedado citada con Max., y allí lo encuentro enfrascado en la lectura del periódico.




Después de fundirnos en un abrazo lleno de ese cariño especial que provoca el encuentro de dos personas unidas en la distancia, me pide que le acompañe a otra zona algo apartada donde podremos conversar sin molestar a nadie. Es la zona de los niños a la que en verano no suele acercarse nadie hasta la tarde. Nos sentamos en unas butacas de cuentacuentos en un espacio con decoraciones de colores, lleno de magia infantil…

Georgina- ¿Qué biblioteca tan bonita para los niños, tío Max!, y qué diferente de la de tus abuelos, no?

Max- Pues sí, claro. La nuestra era familiar, y sobre todo reservada para los mayores. No recuerdo haber subido nunca a la biblioteca del abuelo para jugar. Desde muy pequeños sabíamos que era un lugar de silencio y de intimidad compartida, aunque si lo pienso bien, ésta no es tan diferente en lo esencial. Cuando vengo con mis nietos, saben guardar silencio y mirar cada uno su cuento. Lo que ha cambiado de verdad hoy es cómo se cuentan los cuentos: los niños encuentra a veces cds adosado a las tapas, y hay cuentos que les llegan también en sus pantallas. Creo que han cambiado las formas  de vivir, pero seguimos necesitando espacios como las bibliotecas donde encontrarnos, respetándonos a cada uno y dejando volar nuestros pensamientos en compañía.

Georgina- Me consta que tienes mucha y buena relación con tus nietos, Arthur, George y Patricia, que vienen a pasar temporadas de vacaciones aquí a Ithaca. Creo que son ya aficionados a la música, a la clásica. ¿Eso ha sido cosa tuya?

Max- No sólo cosa mía. Pero sí, creo que he puesto mi grano de arena. En su casa la música siempre ha estado presente. Mis hijos crecieron con la radio y los Lps que sonaban en mi casa. Además, ellos me acompañaban a menudo a recitales y conciertos, y en las retransmisiones en las que participaba. Mis tres hijos aman la buena música. Como a mí, les ha acompañado en muchos momentos, es parte de su vida, así que naturalmente han compartido con sus hijos  mucha música clásica de manera que para los niños en tan familiar como el pop o el rock o toda esa música de hoy que pueden escuchar con sus amigos. Y no hay que olvidar esa afición de mi mujer por el jazz, de la que también han participado.

Georgina- Como los libros y las bibliotecas.  Las formas de presentar historias y músicas han cambiado pero la necesidad de una buena historia o de escuchar buena música, sigue vigente.

Max- ¡Más que vigente! Yo creo que es absolutamente necesaria para todos: lo ha sido siempre y ahora más. Y para los niños, para su desarrollo, resulta fundamental. Pero eso tú ya lo sabes, y creo que entre unos y otros la necesidad de escuchar buena música es algo que va calando ya.  Se produce una paradoja, sin embargo: la mejor música, la que se ha dado en llamar "clásica" está perdiendo audiencia a pesar de conocerse sus beneficios, y esto ocurre precisamente en el momento de la historia en que resulta más accesible...

Georgina- Desde luego.  A mí también me llama la atención que durante años se haya señalado a la música clásica como una afición cara, una afición elitista, y hoy que se ofrecen conciertos y recitales a precios más que económicos (a diferencia de los carísimos conciertos de rock) se mantenga ese prejuicio trasnochado.

Max- Y yo pensaba especialmente en las muchas y excelentes cadenas radiofónicas que se pueden escuchar desde cualquier lugar gracias a Internet, y también en la compra por descarga de nuestras obras preferidas o el abono a canales de música en streaming… Hoy no hay pretexto. La mejor música está al alcance de cualquiera que quiera disfrutarla en su salón o compartirla en familia.



[Continuará]

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