24 de agosto de 2015

Conversaciones sobre Música y Educación II - En el porche...

Estados Unidos y España. Tan lejos, tan cerca.

Tras una buena siesta y un rato de lectura para dejar pasar las horas de más calor, me decido a tomar el camino del bosque, que es sombrío y no muy largo, por lo que el paseo hasta casa del tío Max resulta un momento de paz y reencuentro conmigo misma. Al llegar a la gran explanada de césped reconozco a lo lejos a Max con su inconfundible panamá. El porche en el frente de  la casa invita a contemplar el lago plácidamente, pero antes de llegar cruzo el césped tan bien cuidado, donde juegan un niño y una niña al fútbol. Al verme, los dos corren junto a Max para recibirme con él. En cuanto llego me los presenta: son sus nietos George y Patricia, de 9 y siete años respectivamente. Los pequeños se encargan de traer a su hermano mayor Arthur, ¡que ya tiene doce! , y a su abuela Josephine a quien el abuelo Max a menudo llama cariñosamente Pepa. Para celebrar la llegada de la tía Georgina desde España los niños han pensado preparar una barbacoa en el jardín trasero. Mientras tanto, Max y yo podremos charlar con calma. Pero, antes de dejarnos solos, Arthur nos acompaña hasta el despacho de Max y su biblioteca que mira al lago a través del gran ventanal que da al porche. Además de libros, en las estanterías ocupan espacio preferente gran cantidad de Cds y bastantes Dvds. Arthur elije un Cd con u abuelo, y en cuanto empieza a sonar abre le ventanal, y corre con sus hermanos al jardín a jugar. Nosotros nos instalamos en el porche.      




Georgina- Estoy impresionada. Los Cds han ocupado el lugar de los vinilos, pero sospecho que esta biblioteca es para tus nietos tan importante como lo fue la de tu abuelo en España en aquellos veranos de tus relatos.

Max- Desde luego  es para ellos un lugar lleno de cosas interesantes, y de la música que llega al jardín mientras están a sus juegos. Y por suerte, el respeto y la confianza hacen que resulte muy natural ponernos de acuerdo para elegir lo que preferimos escuchar.

Georgina- Entonces, ¿no eres tú quien decide? ¿Los niños elijen la música ellos mismos?

Max- Bueno, como la biblioteca es mi despacho, soy yo quien la ocupa la mayor parte del tiempo, y quien tiene la última palabra. Pero, cuando los niños pasan más tiempo en casa, en verano y en los fines de semana durante el curso, me gusta que la compartan con naturalidad. Así que no sólo les animo a elegir los Cds, sino que también leemos juntos (con Patricia todavía en voz con alta). A veces en mi ordenador vemos juntos alguna película, o también vídeos de Internet… A Arthur le gusta mucho YouTube, y a menudo encuentra para mí algún vídeo antiguo que me trae recuerdos. Además, le estoy enseñando a jugar al ajedrez, y para eso nos recomendó un amigo profesor de Cornell  un programa de ordenador estupendo, con el que practica un rato antes de acostarse mientras yo leo. Supongo que tanto en España como en Estados Unidos, aunque los medios cambien, hay cosas que desde los años 50 no han cambiado: en el siglo XXI como siempre compartir momentos emocionantes en familia es de lo mejor de la vida.

Georgina- Quizás se nos olvida a veces lo esencial porque dejamos arrastrar por lo nuevo, y detrás de los padres avasallados por la tecnología, los niños pierden esos referentes fundamentales, y se dejan seducir por las pantallas… Tengo la sensación de que muchos niños y jóvenes, al menos en España, viven su relación con las pantallas con una dependencia que no controlan y que se asemeja peligrosamente a la adicción.

Max- Entiendo bien lo que me cuentas, porque nuestros últimos meses en España, me sorprendió ver a niños, como a los mayores, absortos en sus pantallas en el metro, por la calle… sobre todo en la ciudad. Me pareció que los juegos de pantalla tenían cautivados a muchos niños como su forma de ocio preferida, y tal y como me comentaron algunos parientes y amigos, cada vez recurrían menos a los juegos clásicos, a leer, a cantar, a bailar… Incluso en sus primeras relaciones sociales independientes, desde muy jóvenes, los nuevos españoles utilizaban Internet compartiendo sus experiencias de adolescentes en la red.

Georgina- ¿Y eso no ocurre en Estados Unidos?

Max- Es probable que sí, claro. Que os juegos de ordenador enganchen no es casual. Es fruto de sus propios diseños, que echan mano de estudios psicológicos y neurológicos para mantener al jugador en un estado de tensión emocional elevada y constante, que no se encuentra en el mundo real, o al menos no con esa persistencia y a esa escala. Mi viejo amigo profesor de Cornell me dio esa explicación, que amplió con los datos sobre la producción de Dopamina, una revelación tan interesante como sobrecogedora. Y sin embargo, la realidad es terca, ya lo decía mi abuela, y al fin hay que comer, hay que comunicarse de verdad, abrazarse, quererse, enfadarse de verdad…  en cualquier lugar del mundo. Y los niños crecen primero descubriendo cuanto les rodea, y adaptándose. En la adolescencia les toca abrir su camino interior, desbrozarlos eligiendo y descartando, y sólo así podrán encontrar su lugar. Los tiempos de ocio, las vacaciones, los domingos, son tiempos de ocio, las vacaciones, los domingos son tiempo de libertad para explorar, para equivocarse, para descubrirse. Los juegos la lectura, la música, también el ordenador, ofrecen espacios estupendos para eso, siempre y cuando no se pierda la libertad de elegir el que más nos conviene o realmente queremos en cada momento.


Georgina- Esto me recuerda una anécdota de mi hijo. Tenía catorce años, y en una tarde de crisis adolescente provocada por no sé qué conflicto en el colegio, al verle desanimado se me ocurrió darle apoyo y le dije: “Haz lo que creas que debes hacer. Sé tú mismo sin importarte los demás”. Él con los ojos llorosos me contestó: “Pero si no sé quién soy mamá, y además me siento solo…” Se paró un instante, y al momento rectificó: “Bueno, solo no, porque tengo a la música, y mi música me acompaña siempre, así que nunca estaré solo”. Entonces, puso un Cd a buen volumen (de Beethoven creo recordar), tomó el palillo chino que solía utilizar a modo de batuta, y se puso a “dirigir” con pasión. Le dejé así en su cuarto, y aquella crisis pasó. Luego vivieron otras, por supuesto, y en estos últimos años he visto a mi hijo entusiasmarse jugando con sus amigos, zambullirse en la lectura de libros sin poderlos soltar, involucrarse en una película o también jugar en su ordenador con mucha concentración. Creo que es una suerte para nuestros jóvenes tener toda esa oferta de actividades para pasarlo bien, y crecer. Pero, ¿hay que enseñar a elegir? ¿La libertad es algo que se aprende?

Le pido a George, que elija un vídeo para darnos un respiro en el Blog antes de seguir compartiendo nuestra conversación, y me envía esto...