6 de septiembre de 2015

Conversaciones sobre Música y Educación II- En el porche... Música y Libertad





Seguimos frente al porche, conversando. Ahí va la pregunta con la que nos quedamos: "... Creo que es una suerte para nuestros jóvenes tener toda esa oferta de actividades para pasarlo bien, y crecer. Pero, ¿hay que enseñar a elegir? ¿La libertad es algo que se aprende?"


Max- Hay que entender primero que la libertad es un bien, una conquista de la cultura occidental, pero tiene un valor mucho menos universal de lo que creemos. Aclaro que cuando hable de libertad me estoy refiriendo a la libertad individual, especialmente la de pensamiento sobre todo aquello que tiene sus límites en nuestra condición social. Los niños pueden ir formando su criterio desde bien pronto, si se les enseña a reconocer todas esas opciones de actividades, y se les permite elegir asumiendo las consecuencias. Te contaré una anécdota…  Sabes que tengo dos nietas gemelas d 15 años, Martha y Agnes, las hijas de mi hijo mayor George. Este invierno pasado se produjo un problema nuevo: las niñas han  sido las primeras jóvenes de nuestra familia en utilizar las redes sociales y aficionarse a algún juego que practican con amigas del colegio a través de su ordenador. Todo resultaba tan natural hasta el momento en que Agnes empezó a preferir con demasiada frecuencia quedarse jugando frente a su ordenador, en lugar de salir con su hermana. Su madre, mi nuera Blanche, se alertó, y como mi hijo George estaba de viaje vino a verme muy preocupada porque Agnes estaba incluso descuidando sus obligaciones en el colegio. Junto buscamos información sobre casos de adicciones a videojuegos y quedamos sobrecogidos. Yo mismo le envié a Agnes, a su email, un par de reportajes muy bien realizados que explicaban el asunto con todo rigor: los síntomas… Le animaba a verlos, y reflexionar sobre un tema que preocupaba a su madre. Unos días más tarde, Blanche propuso a las niñas una salida de compras para preparar el campamento de verano. Agnes pareció dudar, pero de nuevo prefirió quedarse. Su madre le recordó que era libre de elegir, pero que se iba a perder una tarde especial. A su vuelta, Martha puso sobre su cama su traje de baño nuevo, sus chanclas, unos pantalones y el chubasquero. Agnes al verlo reclamó a su madre: “¿Y a mí no me habéis traído nada?”. “No, hija, -contestó Blanche-. Tenías que haber venido para elegir tú misma, que ya tienes edad”. A la hora de cenar, Blanche y Martha estuvieron comentando que de vuelta del centro comercial habían pasado por la biblioteca, y que habían elegido una DVD buenísimo, una comedia. Agnes protestó. A ella le gustaban más las películas de suspense. Además, Martha comentó a su hermana que merendando se habían encontrado con unas amigas de la escuela de música, y que habían quedado para ensayar juntas al día siguiente.

Georgina- Y, ¿aprendió así, Agnes, a elegir mejor?

Max- Pienso que esta experiencia le demostró mejor que cualquier consejo, que todas nuestras elecciones tienen consecuencias y que debemos asumir. Podemos acertar o equivocarnos, pero conviene que nuestra elección, lo que decidimos hacer corresponda con nuestros deseos, con nuestra voluntad propia. Ocurre que esa voluntad, esos deseos, los jóvenes los construyen influidos por su entorno, y ahí es donde entra la educación. A Agnes, su madre y su hermana le recordaron lo que a ella le gustaba elegir su traje su traje de baño, merendar con sus amigas en el centro comercial, y decidir qué DVD tomaba prestado en la biblioteca. La hora que pasó frente a su ordenador jugando era algo que había hecho por un impulso irreflexivo, seguramente arrastrada por la emoción del juego, pero sin pensárselo bien. Las consecuencias de no haber hecho lo que verdaderamente le gustaba le permitieron descubrir que su voluntad podía ser secuestrada, y en adelante Agnes no sólo ha tomado una sana distancia con los juegos de ordenador, sino que ha empezado a organizarse mucho mejor su tiempo libre.

Georgina- Entonces, para evitar que nuestra voluntad sea secuestrada, es importante tener un entorno rico en opciones, y ser muy consciente de todas las posibilidades… Y si llevaos este razonamiento al terreno de la música, las opciones que llegan más fácilmente a todos, sobre todo a niños y jóvenes, son opciones comerciales, una oferta muy limitada, que casi siempre olvida la mejor música clásica. ¿Son libres de verdad los jóvenes que escuchan sólo un tipo de música, y rechaza el resto, sin conocerlo?

Max- Bueno, lo principal es que no nos limitemos y no limitemos a nuestros niños a un solo tipo de música, que no entreguemos nuestra voluntad a las ofertas más comerciales que, como bien dices, son muy limitadas, y no se guían por criterios de calidad. Si abrimos nuestros oídos y proponemos músicas diversas que merezcan la pena a los oídos curiosos de nuestros niños, les estamos dando la verdadera posibilidad de elegir, de formar su propio gusto. En esto consiste para mí una buena educación, aquella que fortalece la voluntad para ser libres de desear lo que queremos y descartar lo que no queremos.

Georgina- Entonces, aprender a escuchar música es una verdadera escuela de libertad personal.


Max- Pues sí. Aprender a escuchar la música, a prender a escuchar simplemente, y darse el tiempo necesario para dejarse llevar por las propias emociones, recuerdos y reflexiones ayuda a sentirse libre respetando y haciéndose respetar. A veces pienso que los chicos disponen de poco espacio para eso, y la música en cierto modo cubre esa necesidad tan humana de conocerse. Por eso es importante que no queden atrapados, que no “se enganchen” a una sola, que exploren, que conozcan la mejor. 
El disco hace ya un momento que ha dejado de sonar, y el joven George viene a buscarnos porque la barbacoa paree que ya nos espera. Pero, antes de dirigirnos al jardín trasero, George le pide permiso a su abuelo para poner uno de los discos de la abuela pepa, que podremos escuchar mientras cenamos desde el jardín. Se trata de una selección de canciones de Cole Porter interpretadas por Ella FitzGerald. Max me aclara entonces que su mujer es una gran aficionada al Jazz y al Blues. George e entiende muy bien con ella. Durante la cena compruebo las personalidades tan diferentes de cada uno de los niños, que va. Cuando les animo a discutir sobre sus gustos musicales, veo que cada uno tiene claras preferencias que van dese Bach a Chris Isaac pasando por Handel, Beethoven, Rachmaninov, Los Beatles o incluso Johnny Cash… A la vista de la situación, me atrevo a pregunta a Max cómo consiguen ponerse de acuerdo.





Max- En el salón o en el jardín compartimos la música que se nos ocurre va mejor con lo que estamos haciendo. Los niños nos piden o sugieren lo que les apetece casi siempre poniéndose de acuerdo entre ellos antes. Si surge algún conflicto tengo que ejercer de árbitro. Pero rara vez ocurre esto. Por suerte hoy en día hay tantas maneras de escuchar música por nuestra cuenta que los niños tiene autonomía para escuchar su música en el momento que quieren con sus auriculares… claro que precisamente por eso es tan importante una buena educación del oído.


Va cayendo la noche, escuchamos en el silencio los primeros fuegos de artificio que brillan lejanos sobre el lago. Nos llevamos el postre hasta el porche... ¡aquel bizcocho de naranja con natillas de la abuela Marta! Y Max me recuerda cómo preparaba dulces con su prima Carmen y la ayuda de su abuela en aquellos felices veranos de su infancia que, pese al tiempo y la distancia, siguen vivos para él. Imposible olvidar sus aventuras bajo el árbol de la música en casa de sus abuelos. Max espera que sus nietos también guarden esos momentos en su corazón... 


(ilustración de Georgina para las aventuras de Max Bajo el árbol de la Música)