Seguimos frente al porche, conversando. Ahí va la pregunta con la que nos quedamos: "... Creo que es una suerte para nuestros jóvenes tener toda esa oferta de actividades para pasarlo bien, y crecer. Pero, ¿hay que enseñar a elegir? ¿La libertad es algo que se aprende?"
Max- Hay que entender primero que la libertad es un bien, una conquista de la
cultura occidental, pero tiene un valor mucho menos universal de lo que creemos.
Aclaro que cuando hable de libertad me estoy refiriendo a la libertad individual, especialmente la de
pensamiento sobre todo aquello que tiene sus límites en nuestra condición
social. Los niños pueden ir formando su criterio desde bien pronto, si se les
enseña a reconocer todas esas opciones de actividades, y se les permite elegir
asumiendo las consecuencias. Te contaré una anécdota… Sabes que tengo dos nietas gemelas d 15 años, Martha
y Agnes, las hijas de mi hijo mayor George. Este invierno pasado se produjo un
problema nuevo: las niñas han sido las
primeras jóvenes de nuestra familia en utilizar las redes sociales y
aficionarse a algún juego que practican con amigas del colegio a través de su
ordenador. Todo resultaba tan natural hasta el momento en que Agnes empezó a preferir
con demasiada frecuencia quedarse jugando frente a su ordenador, en lugar de
salir con su hermana. Su madre, mi nuera Blanche, se alertó, y como mi hijo George
estaba de viaje vino a verme muy preocupada porque Agnes estaba incluso
descuidando sus obligaciones en el colegio. Junto buscamos información sobre
casos de adicciones a videojuegos y quedamos sobrecogidos. Yo mismo le envié a
Agnes, a su email, un par de reportajes muy bien realizados que explicaban el
asunto con todo rigor: los síntomas… Le animaba a verlos, y reflexionar sobre
un tema que preocupaba a su madre. Unos días más tarde, Blanche propuso a las
niñas una salida de compras para preparar el campamento de verano. Agnes
pareció dudar, pero de nuevo prefirió quedarse. Su madre le recordó que era
libre de elegir, pero que se iba a perder una tarde especial. A su vuelta, Martha
puso sobre su cama su traje de baño nuevo, sus chanclas, unos pantalones y el
chubasquero. Agnes al verlo reclamó a su madre: “¿Y a mí no me habéis traído
nada?”. “No, hija, -contestó Blanche-. Tenías que haber venido para elegir tú
misma, que ya tienes edad”. A la hora de cenar, Blanche y Martha estuvieron
comentando que de vuelta del centro comercial habían pasado por la biblioteca,
y que habían elegido una DVD buenísimo, una comedia. Agnes protestó. A ella le
gustaban más las películas de suspense. Además, Martha comentó a su hermana que
merendando se habían encontrado con unas amigas de la escuela de música, y que
habían quedado para ensayar juntas al día siguiente.
Georgina- Y, ¿aprendió así, Agnes, a elegir mejor?
Max- Pienso que esta experiencia le demostró mejor que cualquier consejo, que todas
nuestras elecciones tienen consecuencias y que debemos asumir. Podemos acertar
o equivocarnos, pero conviene que nuestra elección, lo que decidimos hacer corresponda
con nuestros deseos, con nuestra voluntad propia. Ocurre que esa voluntad, esos
deseos, los jóvenes los construyen influidos por su entorno, y ahí es donde
entra la educación. A Agnes, su madre y su hermana le recordaron lo que a ella
le gustaba elegir su traje su traje de baño, merendar con sus amigas en el
centro comercial, y decidir qué DVD tomaba prestado en la biblioteca. La hora
que pasó frente a su ordenador jugando era algo que había hecho por un impulso
irreflexivo, seguramente arrastrada por la emoción del juego, pero sin pensárselo
bien. Las consecuencias de no haber hecho lo que verdaderamente le gustaba le
permitieron descubrir que su voluntad podía ser secuestrada, y en adelante
Agnes no sólo ha tomado una sana distancia con los juegos de ordenador, sino
que ha empezado a organizarse mucho mejor su tiempo libre.
Georgina-
Entonces, para evitar que nuestra voluntad sea secuestrada, es importante tener
un entorno rico en opciones, y ser muy consciente de todas las posibilidades… Y
si llevaos este razonamiento al terreno de la música, las opciones que llegan
más fácilmente a todos, sobre todo a niños y jóvenes, son opciones comerciales,
una oferta muy limitada, que casi siempre olvida la mejor música clásica. ¿Son
libres de verdad los jóvenes que escuchan sólo un tipo de música, y rechaza el
resto, sin conocerlo?
Max- Bueno, lo principal es que no nos limitemos y no limitemos a nuestros
niños a un solo tipo de música, que no entreguemos nuestra voluntad a las
ofertas más comerciales que, como bien dices, son muy limitadas, y no se guían
por criterios de calidad. Si abrimos nuestros oídos y proponemos músicas
diversas que merezcan la pena a los oídos curiosos de nuestros niños, les estamos
dando la verdadera posibilidad de elegir, de formar su propio gusto. En esto
consiste para mí una buena educación, aquella que fortalece la voluntad para
ser libres de desear lo que queremos y descartar lo que no queremos.
Georgina- Entonces, aprender a escuchar música es una
verdadera escuela de libertad personal.
Max- Pues sí. Aprender a escuchar la música, a prender a escuchar simplemente,
y darse el tiempo necesario para dejarse llevar por las propias emociones,
recuerdos y reflexiones ayuda a sentirse libre respetando y haciéndose
respetar. A veces pienso que los chicos disponen de poco espacio para eso, y la
música en cierto modo cubre esa necesidad tan humana de conocerse. Por eso es
importante que no queden atrapados, que no “se enganchen” a una sola, que
exploren, que conozcan la mejor.
El disco hace ya
un momento que ha dejado de sonar, y el joven George viene a buscarnos porque
la barbacoa paree que ya nos espera. Pero, antes de dirigirnos al jardín
trasero, George le pide permiso a su abuelo para poner uno de los discos de la
abuela pepa, que podremos escuchar mientras cenamos desde el jardín. Se trata
de una selección de canciones de Cole Porter interpretadas por Ella FitzGerald.
Max me aclara entonces que su mujer es una gran aficionada al Jazz y al Blues. George
e entiende muy bien con ella. Durante la cena compruebo las personalidades tan
diferentes de cada uno de los niños, que va. Cuando les animo a discutir sobre
sus gustos musicales, veo que cada uno tiene claras preferencias que van dese
Bach a Chris Isaac pasando por Handel, Beethoven, Rachmaninov, Los Beatles o
incluso Johnny Cash… A la vista de la situación, me atrevo a pregunta a Max
cómo consiguen ponerse de acuerdo.
Max- En el salón o en el jardín compartimos la música que se nos ocurre va
mejor con lo que estamos haciendo. Los niños nos piden o sugieren lo que les apetece
casi siempre poniéndose de acuerdo entre ellos antes. Si surge algún conflicto
tengo que ejercer de árbitro. Pero rara vez ocurre esto. Por suerte hoy en día
hay tantas maneras de escuchar música por nuestra cuenta que los niños tiene
autonomía para escuchar su música en el momento que quieren con sus auriculares…
claro que precisamente por eso es tan importante una buena educación del oído.
Va cayendo la
noche, escuchamos en el silencio los primeros fuegos de artificio que brillan
lejanos sobre el lago. Nos llevamos el postre hasta el porche... ¡aquel bizcocho de
naranja con natillas de la abuela Marta! Y Max me recuerda cómo preparaba dulces
con su prima Carmen y la ayuda de su abuela en aquellos felices veranos de su
infancia que, pese al tiempo y la distancia, siguen vivos para él. Imposible
olvidar sus aventuras bajo el árbol de la música en casa de sus abuelos. Max espera
que sus nietos también guarden esos momentos en su corazón...
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