Estados
Unidos y España. Tan lejos, tan cerca.
Tras una buena
siesta y un rato de lectura para dejar pasar las horas de más calor, me decido
a tomar el camino del bosque, que es sombrío y no muy largo, por lo que el
paseo hasta casa del tío Max resulta un momento de paz y reencuentro conmigo
misma. Al llegar a la gran explanada de césped reconozco a lo lejos a Max con
su inconfundible panamá. El porche en el frente de la casa invita a contemplar el lago
plácidamente, pero antes de llegar cruzo el césped tan bien cuidado, donde
juegan un niño y una niña al fútbol. Al verme, los dos corren junto a Max para
recibirme con él. En cuanto llego me los presenta: son sus nietos George y
Patricia, de 9 y siete años respectivamente. Los pequeños se encargan de traer
a su hermano mayor Arthur, ¡que ya tiene doce! , y a su abuela Josephine a
quien el abuelo Max a menudo llama cariñosamente Pepa. Para celebrar la llegada
de la tía Georgina desde España los niños han pensado preparar una barbacoa en
el jardín trasero. Mientras tanto, Max y yo podremos charlar con calma. Pero,
antes de dejarnos solos, Arthur nos acompaña hasta el despacho de Max y su
biblioteca que mira al lago a través del gran ventanal que da al porche. Además
de libros, en las estanterías ocupan espacio preferente gran cantidad de Cds y
bastantes Dvds. Arthur elije un Cd con u abuelo, y en cuanto empieza a sonar
abre le ventanal, y corre con sus hermanos al jardín a jugar. Nosotros nos
instalamos en el porche.
Georgina- Estoy impresionada. Los Cds han ocupado el lugar de los vinilos, pero
sospecho que esta biblioteca es para tus nietos tan importante como lo fue la
de tu abuelo en España en aquellos veranos de tus relatos.
Max- Desde luego es para ellos un lugar
lleno de cosas interesantes, y de la música que llega al jardín mientras están
a sus juegos. Y por suerte, el respeto y la confianza hacen que resulte muy
natural ponernos de acuerdo para elegir lo que preferimos escuchar.
Georgina- Entonces, ¿no eres tú quien decide? ¿Los niños elijen la música ellos
mismos?
Max- Bueno, como la biblioteca es mi despacho, soy yo quien la ocupa la mayor
parte del tiempo, y quien tiene la última palabra. Pero, cuando los niños pasan
más tiempo en casa, en verano y en los fines de semana durante el curso, me
gusta que la compartan con naturalidad. Así que no sólo les animo a elegir los
Cds, sino que también leemos juntos (con Patricia todavía en voz con alta). A
veces en mi ordenador vemos juntos alguna película, o también vídeos de
Internet… A Arthur le gusta mucho YouTube, y a menudo encuentra para mí algún
vídeo antiguo que me trae recuerdos. Además, le estoy enseñando a jugar al
ajedrez, y para eso nos recomendó un amigo profesor de Cornell un programa de ordenador estupendo, con el
que practica un rato antes de acostarse mientras yo leo. Supongo que tanto en
España como en Estados Unidos, aunque los medios cambien, hay cosas que desde
los años 50 no han cambiado: en el siglo XXI como siempre compartir momentos
emocionantes en familia es de lo mejor de la vida.
Georgina- Quizás se nos olvida a veces lo esencial porque dejamos arrastrar por lo
nuevo, y detrás de los padres avasallados por la tecnología, los niños pierden
esos referentes fundamentales, y se dejan seducir por las pantallas… Tengo la
sensación de que muchos niños y jóvenes, al menos en España, viven su relación
con las pantallas con una dependencia que no controlan y que se asemeja
peligrosamente a la adicción.
Max- Entiendo bien lo que me cuentas, porque nuestros últimos meses en España,
me sorprendió ver a niños, como a los mayores, absortos en sus pantallas en el
metro, por la calle… sobre todo en la ciudad. Me pareció que los juegos de pantalla
tenían cautivados a muchos niños como su forma de ocio preferida, y tal y como
me comentaron algunos parientes y amigos, cada vez recurrían menos a los juegos
clásicos, a leer, a cantar, a bailar… Incluso en sus primeras relaciones
sociales independientes, desde muy jóvenes, los nuevos españoles utilizaban
Internet compartiendo sus experiencias de adolescentes en la red.
Georgina- ¿Y eso no ocurre en Estados Unidos?
Max- Es probable que sí, claro. Que os juegos de ordenador enganchen no es
casual. Es fruto de sus propios diseños, que echan mano de estudios
psicológicos y neurológicos para mantener al jugador en un estado de tensión emocional
elevada y constante, que no se encuentra en el mundo real, o al menos no con
esa persistencia y a esa escala. Mi viejo amigo profesor de Cornell me dio esa
explicación, que amplió con los datos sobre la producción de Dopamina, una
revelación tan interesante como sobrecogedora. Y sin embargo, la realidad es
terca, ya lo decía mi abuela, y al fin hay que comer, hay que comunicarse de
verdad, abrazarse, quererse, enfadarse de verdad… en cualquier lugar del mundo. Y los niños
crecen primero descubriendo cuanto les rodea, y adaptándose. En la adolescencia
les toca abrir su camino interior, desbrozarlos eligiendo y descartando, y sólo
así podrán encontrar su lugar. Los tiempos de ocio, las vacaciones, los
domingos, son tiempos de ocio, las vacaciones, los domingos son tiempo de
libertad para explorar, para equivocarse, para descubrirse. Los juegos la
lectura, la música, también el ordenador, ofrecen espacios estupendos para eso,
siempre y cuando no se pierda la libertad de elegir el que más nos conviene o realmente
queremos en cada momento.
Georgina- Esto me recuerda una anécdota de mi hijo. Tenía catorce años, y en una
tarde de crisis adolescente provocada por no sé qué conflicto en el colegio, al
verle desanimado se me ocurrió darle apoyo y le dije: “Haz lo que creas que
debes hacer. Sé tú mismo sin importarte los demás”. Él con los ojos llorosos me
contestó: “Pero si no sé quién soy mamá, y además me siento solo…” Se paró un
instante, y al momento rectificó: “Bueno, solo no, porque tengo a la música, y mi
música me acompaña siempre, así que nunca estaré solo”. Entonces, puso un Cd a
buen volumen (de Beethoven creo recordar), tomó el palillo chino que solía
utilizar a modo de batuta, y se puso a “dirigir” con pasión. Le dejé así en su cuarto,
y aquella crisis pasó. Luego vivieron otras, por supuesto, y en estos últimos
años he visto a mi hijo entusiasmarse jugando con sus amigos, zambullirse en la
lectura de libros sin poderlos soltar, involucrarse en una película o también
jugar en su ordenador con mucha concentración. Creo que es una suerte para
nuestros jóvenes tener toda esa oferta de actividades para pasarlo bien, y
crecer. Pero, ¿hay que enseñar a elegir? ¿La libertad es algo que se aprende?
Le pido a George, que elija un vídeo para darnos un respiro en el Blog antes de seguir compartiendo nuestra conversación, y me envía esto...
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